Los pobres quisieran ser ricos, los ricos más ricos aún y el más rico de todos resulta tener migrañas o daría hasta el último dólar con tal de recuperar a su difunto perro Bobby.
Nos cuesta distinguir la ansiedad buena de la mala (la primera nos empuja a vivir; la otra nos come por dentro). En cualquier caso, consumimos Trankimazin para las subidas y Prozac para las bajadas. Y cuando acecha el vacío, cortamos cebolla como coartada para llorar y esas lágrimas nos reconcilian, otra vez más, con el mundo.
Las telenovelas nos enseñaron a amar, Facebook a hacer amigos y los bancos a comer zanahorias sin usar las manos.
Tenemos correctores de ojeras, alargadores de pene, sostenes milagrosos, futurólogos a 1,16bs el minuto (+basico, + iva), taxis de puerta a puerta, 51 canales, camisas con la marca en el pecho, depilación láser, mascotas, fútbol, planes de pensiones, tarjetas navideñas de UNICEF, revistas del corazón, hijos y nietos que nos harán inmortales, zoologicos, cruceros, cigarrillos de chocolate, el 911, platos precocinados, estampitas del Santo Padre, putas a domicilio y políticos disfrazados socialismo. La culpa siempre es del otro, ¿has visto lo de Egipto?, esos sí que tienen cojones y me cago en los sindicatos.
Y ante el temor de la crisis, compremos sofás más cómodos. Por si la espalda
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