Desde que decidí dejar de preguntarme por el sentido de la vida mi vida se llenó de sentido. Se acabó eso de querer saberlo todo. Se acabó el cuestionarme absurdeces tales como el por qué del color de las plantas. Ahora, para mí, las plantas son verdes porque son verdes, y punto. Y si el color de las plantas se debe a su nivel de clorofila, pues allá ellas. A mí me da igual. Lo mismo me sucede contigo. Ya dejé de plantearme por qué te quiero, qué sustancia química me haces segregar o el engranaje interno que me llevó a seducirte aquella noche, en casa de la abuela. No me importa por qué te sugerí que nos vieramos una noche de enero recien arrivada de pueblo. No me importa por qué volví a llamarte al día siguiente, ni al siguiente del siguiente. Lo importante es que ahora estás aquí, a mi lado, y que me gusta acariciarte la boca. Da igual que las terminaciones nerviosas de mis manos envíen información al centro del placer de mi cerebro mientras te acaricio la cara. Tampoco importa que tu sangre sea verde, de clorofila. Lo importante es que te quiero desde lo más profundo de mi tráquea. Ya no quiero saberlo todo. Ahora sólo me interesa sentir, y sentir tu mirada, tu voz, las cosas que hablamos.
Algún día Te vi un punto y flotando ante mis ojos la imagen de tus ojos se quedó como la mancha oscura orlada en fuego que flota y ciega si se mira al sol.
Motivos.
No me importa la gente. Sólo me importan sus motivos. La persona que se sientan en mi sillon y me cuenta su vida, lo que hace, lo que no hace, lo que come, dónde trabaja, en qué suele emplear su tiempo libre, si vio el Madrid-Barça del sábado, si se masturba habitualmente, ocasionalmente o nunca, cuánto tarda en hacer un Sudoku, si bebe, qué bebe o cuánto bebe, si está casado, soltero o es viuda, todo eso, todos esos datos que sumados conformarían, en definitiva, la esencia de cada uno, lo que somos, todos esos datos, como digo, me importan tres cojones. Sólo me interesan sus motivos, lo que les lleva a hacer lo que hacen o a ser como son. Me importa tres cojones que hagan Sudokus. Lo que realmente me importa es el por qué los hacen. Si nos fijáramos menos en las cosas y más en su por qué, si nos diéramos realmente cuenta de todo lo que hacemos al cabo del día, si buscáramos la etimología mental de cada acto o de cada acción, entonces, el mundo se haría añi cos. Si al que le gusta, por ejemplo, hacer puzzles de 10.000 piezas se planteara por un segundo por qué le gustan los puzzles, si consiguiera sacar una conclusión lógica de qué le lleva a unir unas piezas con otras, no sólo dejaría de hacerlos de inmediato, sino que acabaría volviéndose loco. Si el tornero fresador se preguntara por qué se dedica a ello y consiguiera hallar dentro la auténtica respuesta, acabaría volándose la tapa de los sesos. Yo, ya lo he hecho.
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